jueves, 21 de mayo de 2009

Aprendiendo lecciones:

¡De bruces al suelo!

No puede haber nada peor en el ejercicio del periodismo que en medio de la entrevista falle la grabadora, el lápiz no funcione, o se nublen las ideas. Los desenlaces pueden ser muchos, pero, tengan por seguro, que ninguno alentador.

El lápiz y la grabadora son para el periodista como el bisturí para el doctor, la guitarra para el trovador, el micrófono para el cantante. Existen dos cosas que un periodista nunca podrá excusar en una entrevista. Primero, no tener grabadora; y segundo, no tener lápiz ni papel.

Hoy por la mañana, después de clases, y una vez que asimilé todas las tareas que tenía por delante, puse manos a la obra. Necesitaba fuentes, fuentes para mi reportaje, verídicas, convincentes, y, por sobre todo, creíbles.

A diferencia de ayer, que nadie estuvo disponible ni dispuesto a concederme una entrevista, hoy obtuve cuatro, y de las buenas. De la primera a la tercera todo fluyó bien, no hubo mayores problemas, obtuve la información que buscaba, pero no alcancé a llegar hasta la cuarta cuando lo que parecía ser un “perfect” unánime, con guinda de torta incluida, terminó en una caída de bruces al suelo. Eso me pasó hoy día.

Tenía que reunirme con el último entrevistado y el más importante de todos, y justo en ese momento La Suerte, El Destino, El ‘Coluo’, El Altísimo, todos coludidos, se burlaron de mí en mi propia cara: No le quedaba batería a mi celular que la usaba como grabadora. No aguantaba más, estaba en coma. Hasta que murió. Se apagó.

No sabía qué hacer, caminaba por Londres con París, cerca de la oficina donde trabaja mi mamá, así que no me quedaba otra opción que pedirle prestado su celular. Un celular ni comparado con el mío, más chiquitito, más antiguo, pero con batería y grabadora, suficiente para darle un buen uso.

Quedamos de juntarnos en estación Bellas Artes. Y ahí estaba él. Era un joven de 29 años, calvo, 1 metro 75 metros de altura más o menos, recién afeitado y con cara de chiste, de bueno pal hueveo. Pasamos a un café cerca de Alameda, nos sentamos en una pequeña mesa redonda, justo para dos personas. Él pidió agua y yo, aprovechando el momento, pedí un café a su cuenta. Nada de mal.

Lanzamos una que otra frase antes de dar inicio a la entrevista, le conté cómo llegué hasta él y parecía estar interesado en saberlo. Prendí mi celular, me dispuse a ajustar la grabadora y me fije en un detalle que dejó de ser menor: la grabadora tenía una extensión máxima de cinco minutos. Y así, cada grabación iba de cinco en cinco. No me quedó otra alternativa que interrumpir cada cinco minutos la conversación, lo que fue un muy mal comienzo.

Después ocurrió algo peor, mi celular colapsó, ya no le quedaba memoria, y no grababa más. Fue vergonzoso, porque él tenía su propia grabadora y yo, el entrevistador, ni eso. Miraba a través de sus ojos y me veía a mi mismo, un miserable joven de segundo año de periodismo que no conocía lo más básico de una entrevista: Estar siempre listo, con grabadora en mano; lápiz y papel para tomar apuntes; ideas y pensamientos unidos para contrapreguntar y establecer una coherencia entre una pregunta y otra. Como dice el buen chileno, me fui de hocico al suelo.

Por no perder la oportunidad y dejar pasar una muy buena fuente, me arriesgué sin prever las consecuencias. Me lancé a aventurar, tal como me gusta a mi, pero a veces olvido ser precavido, analizar cuánto se gana y cuánto se pierde. Si el dilema está en ganar más y perder menos, pues hay que salir a ganar. En este caso, claramente, había mucho más que perder que ganar.

Me convertí en un parásito y dependí de él. Lo peor que puede suceder en una entrevista es perder el control y que el entrevistado tome la batuta. Una entrevista es como jugar al pillarse. El periodista juega a pillar al entrevistado y a dejarlo en “Jaque mate”. Y  el entrevistado, a buscar nuestros errores y, como una garra pata, alimentarse de ellos.

Por lo tanto, si no cometemos errores, no titubeamos, no damos falsos testimonios, no falseamos hechos, por más que  el entrevistado busque algún error en nosotros, no encontrará ninguno del cual aferrarse para cambiar a su favor la dirección de la entrevista; si salimos invictos, lograremos dar el sentido o la dirección que nosotros queramos.

En mi caso, lo admito- siempre hay una primera vez-, no fue así, y en el menor gesto de debilidad y de error, él atacó y mis armas saltaron lejos, me dejó indefenso. Me ninguneó. Me subestimó, pero fue mi culpa, y la acepto, la rectifico, y desde ahora… Nunca más. 

 

viernes, 15 de mayo de 2009

Los ingleses de Sudamérica

Ayer las subsecretarías de Obras Públicas y Telecomunicaciones iniciaron una campaña para que los CHILENOS agreguen en su celular, con la sigla ICE (In Case of Emergency), a las personas que se debe avisar en caso de que sufran algún accidente. Así, carabineros logrará ubicarlos rápidamente.

Para mi gusto es una buena medida. Se ubica rápidamente a los padres, familiares o amigos y no se pierden minutos que podrían ser vitales. Pero toda esta idea se ve opacada -y aunque para algunos sea una tontera- desde el momento que decidieron, quienes sean los desgraciados, usar la sigla “ICE: IN CASE OF EMERGENCY”.

¿Por qué tiene que ser en inglés? ¿SUENA MUY FEO “ECE: EN CASO DE EMERGENCIA”? Si, puede ser… suena igual de feo que ICE. Pero, por lo menos, está en nuestro idioma y todos lo entendemos.

Acepto, con sus beneficios y perjuicios, que vivamos en un mundo globalizado, completamente conectado y con grandes tecnologías que permiten la interconexión casi inmediata con cualquier parte del mundo. Es una realidad. Pero no puedo tolerar que nuestro país, de habla castellana, se llene de anglicismos (y extranjerismos) mal usados como se le antoje.

Estoy harto de términos como el famoso ‘break’, en vez de descanso; el ‘couching’, en vez de entrenamiento; el ‘e-mail’ en vez del correo (electrónico); que el ‘casting’ pal’ ‘REALITY SHOW’, que el ‘stress’, etc.., etc., etc.

anglicismos

Pongamos bien los pies en la tierra. Vivimos en Chile, el último país del mundo. Estamos más lejos de EE.UU que México, Argentina, Bolivia, o Perú. Y aún así nuestros países vecinos tienen un castellano perfecto que llega a ser vergonzoso compararlo con el nuestro, tan mediocre y falto de lenguaje.

Resulta peor cuando tratamos de adaptar las palabras al español y todo termina en un significado totalmente distinto al que tenían.

El otro día, escuché a mi profesor contar cómo la palabra ‘tributo’ cambió, de un momento a otro, de significado en nuestro país.

La palabra tributo que muchos conocen como un “homenaje a” es la paga de impuestos. No tiene otro significado. Se le conoce así desde el periodo de la colonización, cuando todos debían pagar un tributo al rey, y los mapuches, que no tenían dinero, lo hacían con su trabajo.

En inglés, en cambio, existe el concepto ‘tribute’ que quiere decir ‘tributo a’ (y que sí se refiere a un homenaje). En cambio, al impuesto se le llama “tax”. Tal como me contó el profesor, un periodista despistado debió haber escuchado o visto la frase en inglés “Tribute to Iron Maiden” creyó que el cuento acá en Chile era igual. Llegó y acuñó a una palabra con un significado que nunca existió.

Por eso digo que hay que tener cuidado con el uso de las palabras para que no sucedan las cosas que pasan en Chile. Piensen en cuántas personas hablan bien el español… y ahora, cuántas hablan bien el inglés. Llega a dar miedo pensar en la respuesta… porque son poquísimos (las estadísticas no me las sé). Y si todos transformaran palabras del inglés al español pocos podrían prevenir el error.

Pero parece que al chileno le gusta decir palabras en inglés. El problema es que sólo dice unas cuantas y más encima mal dichas. Ni siquiera aprende hablar en castellano y ya quiere ser bilingüe. Y cuando no le queda otra alternativa que aprender o aprender, se detiene y empieza con las excusas de que nunca fue bueno para el inglés, que no sabe, o que no se tiene fe.

parkin

Mejor ser precavidos y entregar una sigla en castellano que todos entiendan e integren con mayor facilidad a su "”disco duro” para que aquellos que no saben inglés les sea mucho más fácil aprender y reconocer las siglas en español. Y de un mismo tiro, destrozamos el mito que dice que somos los “Ingleses de Sudamérica”, una mentira del porte de un buque.

sábado, 2 de mayo de 2009

“Lo que cambia no son los intereses, lo que cambia es la actitud”

Después de una discusión sobre política me quedé pensando.

No hay nada peor que ser indiferente ante la política, es tan patético como poner las manos al fuego por una coalición. Cada ser humano o institución, por naturaleza, va en busca de intereses propios y los políticos no son la excepción. Debieran saberlo.

La clase política está cada vez más estigmatizada. Son todos corruptos, todos truchos o mentirosos. Y, en cierta medida, es verdad. No pretendo generalizar, porque siempre hay excepciones, pero puedo asegurar que detrás de cada discurso hay espacio para otros pensamientos, otros propósitos, otras intenciones, si quiere llamarle así. Y en esos, muchas veces, no contamos los ciudadanos.

Nosotros sólo votamos. Cumplimos el sueño de un magnate. Somos la inspiración para crear un discurso lindo y bien intencionado. Nos crean expectativas de un mundo mejor y nos prometen todo eso para nosotros solos… ¿qué bonito no?

Si tuviese la oportunidad de escoger entre vista rayos ‘X’, volar, o leer la mente, me quedaría con la última luego de desechar la segunda. Cualquier orador experimentado que intentara convencerme no tendría posibilidad alguna. Me adelantaría a sus respuestas, lo dejaría en ‘Jaque mate’. Estaría perdido. Y, por supuesto, comprendería la intención de su discurso. Seguro me llevaría grandes sorpresas.

El que tenga ojos que vea

Lo admito, tengo un malintencionado propósito de probar cuán capaces es la oposición de gobernar este país, aunque pierda en el intento. Total, qué tanto podemos perder si las cosas ahora no están de lo mejor que digamos.

Siempre he sido de la misma idea. Cuando una persona critica a otra por su desempeño en el trabajo hay que desafiar al acusador y ponerlo a prueba, a ver cómo le va. Ese es el riesgo. Pero si le va bien, lo felicito. Como cuando le llevaba buenas notas a mi mamá y, secamente, me decía “es tu obligación”.

La oposición se derrite en críticas y discursos demagógicos. Dicen que ellos serán el cambio. Pero no les creo y tampoco les tengo fe. Para qué hablar de la Concertación.

Frei ya estuvo en el poder, por qué tendría que creerle. Si se desordena el pelo, se baja los pantalones, escucha reggaetón o se fuma unos pitos, me da lo mismo, ya fue. Piñera es el cambio. No lo digo yo, lo dicen los medios, lo dice la gente, lo dice él. Claro, cambios pueden haber, el dilema es si van ser para bien o para mal.

Es lo que le falta al país, dicen en la Alianza. Ponen las manos al fuego por su candidato. Pero lo quieran o no, se les cae la baba, y en sus caras denota el deseo impaciente de llegar a La Moneda. Se les nota y me da asco.

En la Concerta temen perder el poder, están montados en pánico y los devora el cansancio. Me producen repugnancia. Temen que Piñera los destrone y termine con el sueño de casi dos décadas de gobierno.

Si de algo están convencidos es que cualquier cambio será negativo. Que el país colapsará de injusticias (¡¿más?!), que la brecha entre pobres y ricos crecerá aún más (¡¿más?!), que las industrias y el capitalismo abrazaran nuestro país con mucha fuerza… hasta reventarlo.

¿Como evolucionan las cosas, si no son con cambios?

Me pregunto: ¿Si los cambios, con la derecha al poder, son positivos? Ya sé que dirían. Que soy ingenuo, porque todos saben de lo que es capaz de hacer la derecha en nuestro país, y me recuerdan el 73. “De eso es capaz”, me dicen. Pero encuentro patético vivir amarrado al pasado, y no se trata de mirar amnésico el futuro. La historia siempre estará presente para rendirle culto, pero no como recurso ni menos como discurso político. Eso ya es demasiado añejo.

“No puedes esperar a que las cosas pasen para recién tomar cartas en el asunto”, me dijeron en tal oportunidad.

Si voto por Frei, que ya fue presidente, y la Concertación continúa en el poder, pintarrajeada como la micros del Transantiago falseando un cambio que no existe, las cosas van a seguir igual. Y para ser más sincero, ya me tienen aburrido. Dos décadas en el poder son suficientes para mejorar algunos problemas esenciales. Pero sabemos bien lo miserable que es la educación y la salud pública en nuestro país. No necesitamos más pruebas para entender que las cosas no andan bien.

Y hay algo peor, las políticas no son muy distintas. Es cuestión de revisar las propuestas de Frei y Piñera y ver que las diferencias no son flagrantes. Frei es ‘menos inversión más Estado’, como siempre dice -y hasta por ahí no más-. Piñera es lo contrario. Pero el problema es que no lo dice.

Pongamos a prueba a Don Piñi, como le llamó Lemebel en una carta que le escribió. Si les va mal, qué bonito sería romperle el tímpano a gritos y humillarlo. Si les va bien, que bueno, me alegro… y el palo en la cabeza para la oposición será inevitable.

Para bien o para mal, el país necesita cambios. ¿Como evolucionan las cosas si no son con cambios? De ningún otro modo puede crecer un país.

Todos actúan motivados por intereses propios

Cualquier persona suficientemente inteligente, y que me haya leído, comprenderá que no soy de derecha ni tampoco de izquierda. Quizá soy patético, como dije al principio, totalmente indiferente ante partidos políticos, pues ninguno me representa.

No entiendo a quienes ponen las manos al fuego por un partido político. Debieran saber que todos actúan motivados por intereses propios, por un incentivo que los moviliza. Y por qué no decirlo, hasta nosotros lo hacemos. Distinto sería si a través de la satisfacción de intereses propios se beneficiara a la población; pero en desmedro de otros, no se justifica. Lamentablemente, la última alternativa está más cerca de la realidad. ¿Porqué la felicidad de muchos depende de la desgracia de otros?

Prefiero mirar la teleserie, la política faranduleada, el cahuineo político. Criticar como se me antoje, sin presiones ni ataduras políticas, sin realizar comentarios tendenciosos.

Un día alguien con experiencia me dijo que los más poderosos siempre van a tener la última palabra, y su sentencia irá en dirección a sus objetivos. En otras palabras, quien tenga sus metas claras nunca cambiará sus intenciones. Sólo cambiará su actitud, si es necesario, para ser el primero en llegar.