martes, 20 de abril de 2010

En Chile no existe democracia

El término democracia se ha manoseado tanto que su significado se ha tergiversado. Los políticos se han apropiado indebidamente de este concepto. En la práctica, la realidad dice otra cosa: en Chile no existe democracia, pues el pueblo no tiene una participación real en las decisiones que toma el Estado.

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La Real Academia Española dice lo siguiente sobre la democracia: “Es la doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno”. Y como acepción señala que es el “predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”. Ya su concepto etimológico nos dice algo clarificador.  Demos, significa pueblo; y cracia, gobierno. Es el Gobierno del pueblo.

Pero nuestra democracia se limita –valga la repetición–a   un sólo ejercicio democrático: votar cada cuatro años para elegir a nuestros representantes en los municipios, en el parlamento y en la presidencia de la república. De ahí en adelante somos meros espectadores, pues las decisiones limageas toman sólo las autoridades que, en su mayoría, forman parte de la elite de nuestro país. 

No existe participación ciudadana. No decidimos nada más, y no hay espacios para expresar nuestra voluntad. Los grandes medios de comunicación manifiestan la opinión de sus dueños: los magnates de la prensa. Opinión que por cierto se ajusta a los intereses de los más poderosos de este país.

¿Usted cree en la democracia chilena basada en la Constitución de 1980, aprobada durante la dictadura del General Augusto Pinochet? Una democracia jamás podrá instaurarse ni hacerse estable si no está fundada en la necesidad económica de un reparto equitativo de los beneficios entre las elites y el pueblo. Y si vamos a las cifras, el 70 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de este país se lo lleva sólo un 20 por ciento de la población.  image

Las elites, en rigor, se opone a la democracia, ya que en ellas tiene todo que perder. Y calculan, como en un juego, que una concesión política les costará menos que la represión social. Ellos los saben muy bien. Por eso prefieren comprar la paz social e incorporar mano de obra en la industria y hasta en la guerra. Así ellos se mantienen tranquilos en sus escritorios dando instrucciones y nosotros haciéndoles el trabajo pesado.

El 11 de septiembre de 1973 hubo un cambio radical en este país. Quiéranlo o no, ocurrió una transformación política, económica y social que se instauró a través de la fuerza y que hasta el día de imagehoy se mantiene en pie. Desde aquel entonces, las elites fundaron en Chile su propia democracia, pues ellos quieren tener el control total y garantizarnos a nosotros, nos guste o no, su propio sistema.

Las cosas por su nombre: Los regímenes políticos son o no son democráticos. En las democracias, el pueblo decide, y en los sistemas no democráticos, las elites deciden. Juzgue usted.

Fuente: La economía no miente

lunes, 19 de abril de 2010

El infierno del escribidor

Uno de los escritores italianos más importantes del Siglo XX, Italo Calvino, tenía una carpeta para los objetos, otra para los animales, otra para las personas y otra para los personajes históricos… En ellas guardaba todas las ideas que pasaban por su cabeza y cuando tenía el material suficiente, veía la posibilidad de unirlo y transformarlo en un libro. Una fórmula bastante compleja, por cierto. Pero la verdad es que ese es sólo un camino de otros tantos, pues existen tantas ‘recetas’ como escritores en el mundo. El problema es encontrar la adecuada.

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Yo no tengo aún una fórmula específica para escribir. Guardo en mi banano una libretita de bolsillo para rescatar esas ideas que pasan por la mente en los lugares y momentos más inoportunos. Extraigo lo que considero que vale la pena ser contado, pero después, no sé por qué razón, siento que pierden valor. Quiero escribir, pero no lo consigo. Y hasta ahí lo dejo. 

Ese camino tortuoso, complicado y perturbador es lo que yo llamo el infierno del escritor. Allí, en medio de las cenizas, el fuego, el humo y en las peores condiciones que uno se pudiera imaginar, espero que surja esa frase perfecta que, en la mayoría de los casos, nunca aparece. Escribo las primeras líneas muy convencido y motivado, pero suelo tirar todo el basurero completamente disconforme. O me apresuro a teclear las ideas que fluyen por mis pensamientos hasta que me deprimo rápidamente cuando me doy cuenta que se van diluyendo. 

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Como consuelo me quedo con una frase que leí por ahí que decía… “Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, dilo también. Escribe siempre, porque escribir, aunque no lo parezca, es un arte. El escritor es una artista, como un artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate día y noche…”

lunes, 5 de abril de 2010

De vuelta a Santiago…

Volver a Santiago tras unos días guatita al sol, cervezas bien heladas por la tarde, profundas lecturas nocturnas, y otras cuántas  particularidades de la playa, es como bajar del paraíso y enfrentar el infierno. Acá, en la ciudad, retomamos la lucha diaria y nos adentramos –de nuevo– al campo de batalla.

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Cuando desaparecen las responsabilidades y quedan en pie solamente las aficiones personales como las únicas ‘obligaciones diarias’, todo adquiere un tinte distinto.

Es lo que me ocurre en la playa –o en cualquier lugar de descanso con las características afines-, pues sólo trabajo en aquello que me apasiona y que me hace sentir bien. Así, las obligaciones diarias ‘desaparecen’. Tal como lo define el profesor Héctor Velis-Meza, el tiempo libre u ocio, significa,etimológicamente hablando, hacer algo por gusto, y no por obligación.

En la playa bajan las tensiones, la ansiedad disminuye, y el estrés desaparece. Le brindamos tiempo sólo a aquello que consideramos importante y lo hacemos con plena alegría.

La escritora Diane Ackerman no lo pudo haber expresado mejor en su libro “Una historia natural de los sentidos”, cuando se pregunta: “¿Qué hay más tranquilizador que sentarse en un balcón y oír las rítmicas caricias del mar a la playa? Un sonido blanco llena la habitación de un durmiente de ondas aéreas, que suele ser justo lo que necesitamos para liberar la mente de sus preocupaciones…”

Volver a la ciudad, en cambio, significa retomar el trabajo duro y la rutina diaria, significa darle la bienvenida al desenfreno común de la vida de un periodista.