miércoles, 29 de junio de 2011

Sueño Despierto

Sueño. Avanzo velózmente por un túnel estrecho. Mis fantasmas me acompañan. Mis miedos me acompañan. Mis errores y mis pecados. "No está permitido mirar atrás". Las espinas me rasguñan. Espinas que se atraviesan, a propósito de mi muerte. De mis brazos rasmillados veo la sangre que cae, burlesca. De mi espalda, el dolor del peso de una carga insoportable. De mi cuerpo la fatiga de la derrota.  No me detengo. Avanzo. Una estela de recuerdos que me persiguen difusos me atrapan por la garganta. Las espinas me rasguñan. Los miedos me paralizan. Convierto el dolor en placer reprimido. Se arrastran por mis mejillas las primeras lágrimas de injusticia. Las únicas. No hay más. Suficientes para convencerme que debo seguir adelante, y cada vez más rápido. Soy un hombre duro que ya no tiene más remedio. Pero por dentro me destruyo. Me desintegro. Me deshabito. Me deslizo por un túnel estrecho. Tomo aire y el viento me asfixia. Abro los ojos. No veo. Está oscuro. No me detengo. Avanzo. Siento frío. Las lágrimas se secan. Me olvido. Ya no recuerdo. Sonrío. Me río. Ahora veo. Se acercan. Se acercan mis miedos. Ahora grito. Grito... ¡GRITO!

Despierto.

Estamos tan cerca,
que a veces te siento
en mis pensamientos,
que avanzas, discreta,
no muy lejos,
y te siento. 

Te extraño,
cuando estoy solo,
mientras llueve,
cuando elimino fotografías,
cuando me obligo a olvidarte,
cuando doy un adios definitivo,
que siempre queda inconcluso.

Adióses, adióses,
los maldigo en voz alta,
son la peor estocada.

Me quedo sin aire,
cuando me digo 'detente,
todavía estoy a tiempo'.

domingo, 19 de junio de 2011

Casi como un lamento

Ofrezco mis disculpas a quienes las reciban
porque la vida se escapó de mis manos
y eso ya no tiene más remedio
que el irónico arrepentimiento.

Espero junto a la impaciencia,
mas si maltrato el tiempo aguardando
entre pasatiempos inventados,
que vuelva a mis manos lo que llaman vida.

Pregunto si acaso existe
alguna señal razonable
para sostener con voz de mando
que lo que llaman vida vuela de mano en mano.

Afuera la lluvia cae
como desquitándose, 
y yo hago lo mío con estas palabras 
que son como un lamento.

jueves, 16 de junio de 2011

¡Cuidado! Un mediocre en el camino

(¡Dios mío santo!), no es fácil reconocer en uno tanta mediocridad. Yo camino. Camino en una dirección que desconozco hacia dónde lleva. Es a ratos difusa y con desviaciones naturales. No vivo ni de metas ni de objetivos concretos, porque condicionan al éxito o al fracaso y esas dos palabras me saben a mentira. No me interesa ni me urge tampoco sentirme ajeno a todo eso, que se entiende como el bien común. Si me dan a elegir, prefiero ser un fracasado contento que un exitoso amargado. 

A veces me siento un poco descolocado, como fuera de lugar. Prescindo de aptitudes para emprender como dios manda, entre tanta competencia entre jovencitos que aspiran alcanzar "la cima". Me cago en la competencia, me cago en "la cima". Yo escribo, y ni siquiera sé si lo hago bien o mal. Y más allá que por alimentar mi propio ego -que a ratos se muere de hambre- no me interesa saberlo. 

Está de moda tener proyecciones, proyectos, visión de futuro. A ellos les llaman hombres de bien, porque tienen clarito lo que quieren en su vida: quieren sacar un título, trabajar, tener un auto, una casa, una familia, y trabajar, trabajar y trabajar, como si el mundo se va a acabar. Aspiran alcanzar el tan anhelado sueño burgués. Y después qué... Después nada.

Yo nunca he estado a la moda. Hace más de cinco años que ocupo la mismas dos chaquetas para vestirme, no me compro ropa y no escucho la música que suena en las radios. No hablo de farándula, ni de fútbol, ni de autos. A veces, solo a veces, leo las noticias importante -y eso que soy periodista- pero tengo más opinión que cualquier idiota que pasa el día entero viendo tele. Como diría la "gente de bien", soy una persona carente de ambiciones, una especie de niño "mediocre".

No sé lo que quiero para el mañana. Lo más cómodo para mí sería decir que quiero pasar la vida escribiendo lo que se me dé la gana y que publicaran todas mi tonteras y me pagaran por ello. Soñar es gratis. Lo que sí tengo más o menos claro es que quiero hacer algo que me mantenga contento. ¡Ésa sí que podría ser una ambición!, si es que aspirara al poder, a la riqueza, a la dignidad o a la fama. Pero me cago en todo eso. 

Yo solo apunto hacia una dirección que, persivo, es la correcta, aunque tampoco estoy tan seguro de eso. El tiempo lo dirá. Yo no canto, no toco música, tampoco dibujo como me gustaría hacerlo, sé muy poco de historia y no vivo actualizado. Qué mierda sé, no tengo idea. Escribo, leo y vivo, y eso intento hacerlo con pasión. Si me gano unos pesos por ello, bien; si no, ya veremos. A veces tengo suerte: espero encontrar una salida en medio del camino.

miércoles, 15 de junio de 2011

Confesión


Más que palabras, decía en una carta escrita a mano.

 

¿Por qué algunos recuerdos, 
si son tan hermosos
tienen que ser, a la vez,
tan dolorosos?
Recordar es, para mí,
un ejercicio penoso,
que no quiero volver
a practicar.

El daño ya está hecho,
si al menos supiera cómo
adelantar el tiempo,
el sufrimiento ya no sería tal,
y nada de esto tendría sentido.

Qué cómodo sería
para un joven inmaduro
terminar una historia de amor
con un final feliz.
”Te lanzaste al vacío,
pero no te asustes,
que “el suelo no existe”.

Un episodio parecido
al que intento dejar pasar,
como el viento por mi ventana,
merece más que unas lágrimas,
merecen estas palabras,
merecen mi pensamiento completo.

No lo estoy pasando tan bien,
vivo de lo que pudo haber sido
si no hubiese hecho lo que hice,
y eso no tiene más respuesta
que el más absurdo de los silencios.

Me dijeron a lo lejos
que la juventud no está hecha
para el simple placer,
sino para el heroísmo,
y me siento ahora
como el más miserable perdedor.

La nostalgia es como
una lejanía que duele,
y así me sabe el desconsuelo
de saber que el olvido se instalará
en nuestras vidas,
algún día -ojalá bien lejos-
que no quisiera alcanzar a conocer.

Prefiero guardar silencio
y refugiarme en las palabras
que me acompañan
como el nudo en la garganta,
como la voz que se quiebra,
como los sueños espantosos,
como la pena que se esconde
en lo más profundo de la sonrisa.

Emprendemos rumbos
distintos en el tiempo
¿Volveremos a encontrarnos?
Dime que sí, por favor.
”A veces amar quiere decir
no comprender”.

sábado, 11 de junio de 2011

Puede que sí

Puede que sea mejor
vivir desinteresadamente
que "tomarse"
la vida tan en serio.

Puede que sea mejor
no saber nada
que vivir la vida
creyendo saberlo todo.

Puede que sea mejor
despertar en casa
que acordase de cómo
llegó uno anoche.

Puede que sea mejor
vivir con máscaras
que tener una sola
quebrada en mil pedazos.

Puede que sea mejor
pasar la noche con la angustia
que amanecer con ella,
acostada a nuestro lado.

La vida es un gran regalo


Muchas veces estoy triste,
ya no encuentro la razón
para seguir adelante
cuando todo tira atrás.

Muchas veces estoy solo
con esta triste canción.
Siento que se va la vida
como cuando falta el sol.

Y miro hacia el cielo y no veo la luz.
Y toco la tierra y no siento el calor.
Y viene un amigo y me hace recordar
que la vida es un gran regalo
que la vida es un gran regalo.

jueves, 9 de junio de 2011

Reflexiones pasajeras; apuntes cotidianos

1. Sus celulares perdieron la señal. Cruzaba la avenida en dirección a mi casa, cuando se me ocurrió marcarles a los tres, a ver si alguno funcionaba, pero ya me imaginaba que no. Deben andar en Arica o cruzando ya hacia el Perú, no lo sé. Sólo sé que están viajando y que se encuentran bien. Me acuerdo de ellos, mis amigos que decidieron emprender el rumbo fuera de Chile. Del Gabo, de su risa contagiosa y sus bromas amaneradas; del Victor y su sonrisa ancha; del Nico, andando con su guitarra, medio ebrio, medio lúcido, cantando a toda raja; todos proyectando en su mente el largo recorrido que les espera por Latinoamerica. Estoy ansioso por ellos, porque quiero que les vaya bien, que viajen lo que más puedan, que conozcan cada ricón que visiten y sobre todo, que le sigan el pulso a la vida. Ellos saben que así tiene que ser. A través de estas palabras les envío a todos ellos mis más poderosas vibraciones.

2. El otro día saqué el televisor de mi pieza y lo reemplacé por el de la cocina, que se echó a perder. El espacio que quedó lo ocupé por unos libros que tenía esparcidos por todos lados. Yo muy pocas veces veo tele, por lo que era una pérdida de espacio tenerlo ahí. Pero a veces, cuando llego tarde de la universidad, me preparo el almuerzo y la enciendo. No tengo cable, así es que me tengo que conformar con lo que hay, que no es mucho, casi nada. Siempre me encuentro con lo mismo: programas juveniles donde todos sus participantes son "artistas", y compiten por cuál es el mejor. Cambio de canal y me encuentro con más o menos lo mismo, en un formato diferente: algunos que dicen ser cantantes, y cantan; otros dicen ser bailarines, y bailan. Pero no veo allí arte por ningún lado. ¿Por qué les llaman artistas? El arte puede estar en todos lados, pero jamás en espacios como esos, donde transforman la belleza en competencia, en ego, vanidad, estrellato, fama. Pura basura que nada tiene que ver con el arte.

3. No deja de sorprenderme el efecto sanador que tienen las palabras sobre mí. No podría explicar en detalle lo que me ocurre, sólo sucede y eso es suficiente. Creo que estas sensaciones no hay que aprender a entenderlas, sino a sentirlas y dar con ellas en el momento preciso. Para eso hay que seguirle el pulso. Jamás forzarlas. A veces me dicen: "escribe esto", "escribe esto otro", y nada resulta como quisiera. Prefiero que las palabras me llamen a mí, y que no sea al revés, porque si así fuera, dispongo de lo ajeno. Las palabras no son mías, son del aire. Cuando advierto verlas pasar, como ahora escribro estas palabras, espero con paciencia que se acerquen a mi lado y se pongan a mi disposición. Las escojo con cuidado, aunque sin mucho esmero, no me gusta caer en artificios, no me gusta armar párrafos de plástico.

4. Leo en la micro. Leo en el metro. Leo de pie. Leo sentado. Me sumerjo en las palabras de algunos hombres que se atrevieron a escribir. De vez en cuando levanto la vista y me doy un respiro. Me gusta saborear cada palabra, reflexionar cada frase y encontrar pistas, señales que me ayuden a interpretar esos rostros que me acompañan en la rutina. Vuelvo a bajar la mirada para leer el libro que tengo entre mis manos. El murmullo de los pasajeros, el sonido de los trenes, la voz de los conductores anunciando cada parada, son parte de un segundo plano auditivo que me mantiene conectado a la realidad, sin desconectarme de mi lectura. Es extraño. También leo en el camino. Eso es más difícil. Me atrevo a decir que no he visto a nadie hacer lo mismo, pero deben existir unos cuantos obsesionados. Me desplazo con cuidado y esquivo a las personas que pasan a mi lado como sombras en movimiento. Es cierto, es como si me encerrara en un campo de fuerzas invisible que me aleja de la sociedad aun estando en el medio. Hay veces en que me gusta sentirme ajeno. Hay veces en que me gusta sentirme parte de un todo. Como sea, los libros son mi refugio, aquí y en cualquier lado.

miércoles, 1 de junio de 2011

Resisto mientras puedo

Quiero ser sincero: nunca antes me había sentido tan solo. ¿Y no estaba yo tan convencido de que la soledad era un refugio necesario en el cual había que sumergirse de vez en cuando? Todavía tengo los libros y las palabras, que son mi mejor escondite. Pero a pesar de eso, me siento sólo, y ya no puedo renunciar a esto.

Uno nunca sabe con certeza lo que significa estar solo hasta que ya no encuentra la manera ni el lugar para detener el tiempo por completo. Busco la manera de escapar, pero no encuentro cómo. Ojalá pudiera desligarme de todas mis responsabilidades y quedarme solo con aquellas que estoy dispuesto a hacer por gusto. Es imposible pedir tanto. A veces pienso que la vida misma es una responsabilidad, un compromiso irrenunciable, y que vivir es simplemente resistir.

¿Y hasta cuándo se es capaz de resistir? Escribo estas líneas porque es la única manera que tengo de escapar. Sé que cuando termine de escribirlas, tendré que ocuparme de cuestiones que no vale la pena mencionar. Resisto, entonces, mientras puedo. Me sostienen mis lecturas, mis palabras, mis amigos, la gente con la que comparto, la que se da el tiempo de escucharme y de dejarme solo cuando así lo prefiero, hasta que me dejo arrastrar por el flujo anormal de las “obligaciones diarias”, y luego vuelvo a resistir un poco más: las fuerzas decaen, el desánimo viene por cuenta propia, el abandono se hace presente, y todo parece ser distinto a lo que era. Pero yo sigo resistiendo.